República Centroafricana: “Los trabajadores humanitarios deben ir a donde nadie más quiere ir”

La partera Carlen Mezendy Ndakala, nos habla de la labor de MSF en la clínica de maternidad “Castor” de MSF en Bangui, la capital de República Centroafricana.

La partera Carlen Mezendy Ndakala es la supervisora de la sala de partos en la clínica de maternidad “Castor” de MSF en Bangui, la capital de República Centroafricana. Ella comenzó a trabajar con MSF en 2010 en la ciudad de Boguila, en el noroeste del país. 
 
“Quería trabajar con MSF en Boguila porque es una región en donde la población está gravemente necesitada de ayuda. Cuando estaba ahí, MSF apoyaba un gran hospital que tenía departamento de maternidad, servicios pediátricos,  ginecológicos, de cirugía y atención a sobrevivientes de violencia sexual. Nuestro equipo estaba muy ocupado y trabajaba a contra reloj. 
 
Durante mi estadía con MSF en el Hospital Boguila, aprendí lo que significa ser un trabajador humanitario. Si quieres hacer trabajo humanitario, necesitas tener compasión y amor. Todos tienen que ser tratados de la misma manera, no hay discriminación. Al trabajar en la provincia, quería dar una oportunidad de sobrevivir a las madres y niños que vivían en circunstancias difíciles . Los trabajadores humanitarios tienen que ir a lugares a los que nadie más quiere ir. Sin embargo, no fue fácil separarme de mi esposo y de mis seis hijos que se quedaron en Bangui. El más pequeño sólo tenía 11 años cuando me fui en 2010. 
 
En 2013, estalló la violencia en la ciudad y escuchábamos disparos casi cada noche. A menudo teníamos que correr hacia el hospital por nuestra seguridad en medio de la noche. Estaba embarazada de mi séptimo hijo y le pedí a MSF que me enviara de regreso a Bangui porque estaba preocupada de perder al bebé a causa del estrés. También había mucha tensión en Bangui, pero era tranquilizador estar de nuevo con mi familia.
 
Una vez que regresé, comencé a trabajar con MSF en un campo para personas desplazadas en Mpoko, cerca del aeropuerto, antes de comenzar a trabajar como partera en la clínica de maternidad Castor en diciembre de 2014.
 
Desde el 2001 soy una partera. Mi trabajo no es fácil, porque todas las vidas humanas son preciadas. Siempre hago todo lo posible para salvar la vida de las madres y sus bebés. Salvar vidas es mi mayor felicidad. Aquí, en la clínica Castor, atendemos alrededor de 600 partos cada mes. Algunas madres vienen con nosotros desde muy lejos, por la calidad de los servicios y porque son gratuitos; lo que derrumba una de las barreras para las muchas mujeres que, de otra forma, no irían a un hospital para dar a luz. 
 
En mi vida profesional he hecho muchas amigas entre las madres que asisten a la clínica, y en el distrito todos me conocen. Pero nuestro trabajo no está libre de desafíos. Puesto que somos una clínica de referencia, otras instalaciones médicas frecuentemente nos refieren casos complicados en los que la vida de las madres y los bebés están en riesgo. 
 
A menudo las complicaciones se deben a que los pacientes llegan a nosotros demasiado tarde. Es verdaderamente estresante cuando nos llegan casos como estos, nuestros intentos de salvar vidas requieren toda nuestra energía. En República Centroafricana, los hospitales no están tan bien equipados como en otros países, por eso, como parteras, tenemos que confiar en todos nuestros sentidos.”
 
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