“Nunca pierden la esperanza”

Daniel Perez Martín, enfermero de 27 años de edad, acaba de terminar su primera misión en Sudán del Sur. Daniel narra sus experiencias durante los seis meses que ha pasado en un país devastado por la guerra, incluida la evacuación del equipo de Kodok, en la región septentrional del Alto Nilo Superior.

Daniel Perez Martín, enfermero de 27 años de edad, acaba de terminar su primera misión en Sudán del Sur. Daniel narra sus experiencias durante los seis meses que ha pasado en un país devastado por la guerra, incluida la evacuación del equipo de Kodok, en la región septentrional del Alto Nilo Superior.
 
"Cuando llegué a principios de febrero, el equipo estaba estableciendo clínicas móviles y servicios ambulatorios en Kodok para atender a las personas que acababan de huir de Wau Shilluk, un asentamiento situado 40 km al sur, que había sido atacado.  Era un completo caos.
 
Nuestro personal local acababa de vivir eventos terribles y había resultado desplazado junto con la población. No tenían donde cobijarse y vivían bajo los árboles. La comida y el agua eran muy escasas. Nuestro equipo local estaba conmocionado y no quería hablar de lo que había sucedido en Wau Shilluk. Algunos no podían dormir, y sin embargo, todavía venían a trabajar junto al personal internacional para proporcionar atención médica. Es lo más importante que aprendí en esta misión: la fortaleza absoluta de la gente.
 
Algunos desplazados tenían miedo de quedarse en Kodok porque estaba cerca de la línea de frente. Muchos se trasladaban al norte, a una aldea llamada Aburoc, a pesar de que las condiciones de vida allí eran aún peores. A diferencia de Kodok, en Aburoc no hay río de dónde sacar el agua. Aburoc era solo un pequeño pueblo al que, de repente, miles de personas acudían y vivían allí, soportando calor, sin agua, y sin nada que cultivar. 
 
Estaban aterrorizadas. Tenían miedo de verse obligados a ponerse un uniforme y combatir, temían tener que huir de Kodok. Esperaban que no hubiera una ofensiva en el pueblo, pero sabían que probablemente ocurriría. Todavía anhelaban volver a Wau Shilluk. "Volveremos muy pronto", decía aun sabiendo que sería difícil.
 
La comunidad desplazada empezaba a construir sus refugios. No creo que tuvieran intención de quedarse mucho tiempo, pero tenían que instalarse en alguna parte, o intentarlo, al menos. Algunas personas habían tenido que huir de sus hogares hasta cuatro veces en cuatro años. Y,  sin embargo, nunca pierden la esperanza. Comienzan de nuevo cada vez, desde cero.
 
 

Un nuevo desplazamiento

 
En abril se rumoreaba que la batalla llegaría a Kodok. Fui evacuado junto con parte del equipo. Solo se quedó el personal más esencial. Finalmente trasladamos los proyectos a Aburoc, donde ampliamos las actividades en nuestro hospital de campo. La situación era muy volátil, así que empezamos a hacer visitas rápidas –a las que denominamos visitas relámpago– a los desplazados. Íbamos unas horas, les brindábamos atención médica y medicamentos, y regresábamos el mismo día.
 
Vi a miles de personas viviendo bajo los árboles. Unos 25,000 desplazados sobrevivían con muy poca agua, la mayor parte sucia, soportando 40 grados de temperatura. Gran parte de las enfermedades (conjuntivitis, infecciones del tracto respiratorio, enfermedades de la piel, diarrea acuosa) estaban relacionadas con la higiene, el consumo de agua no potable y el mal saneamiento. No podía asearse y el agua que consumían estaba contaminada. Ver a la comunidad con la que había estado trabajando en esas condiciones era terrible. Cada vez que regresaba, me preguntaba cómo la gente podía hacer frente a lo que estaban pasando. No pude dormir durante varias noches.
 
Decidimos establecer una presencia más permanente cuando se confirmó un brote de cólera. El cólera se propaga rápidamente, especialmente si no se dispone de agua limpia o de suficientes letrinas. En ese momento, la única agua disponible era agua subterránea, que estaba contaminada a causa de las defecaciones y de los vómitos.
 
Creamos entonces un centro de tratamiento de cólera. La mayor parte de nuestro personal de Wau Shilluk había huido a Sudán. En el equipo médico solo había cinco personas de Wau Shilluk, el resto tuvo que ser reclutado y formado en medio de un brote. Trabajábamos día y noche, durmiendo solo unas pocas horas. Fue una tarea abrumadora.
 
Aquellos que no pudieron huir a Sudán se quedaron porque no tenían otra opción. Simplemente, costaba demasiado dinero salir. Algunas aspiraban a poder regresar a Kodok o Wau Shilluk, y eran conscientes de que vivir en Sudán sería muy difícil. A los refugiados se les permite la estancia pero no pueden trabajar y dependen del poco dinero con el que cuentan. La ruta hacia Sudán también es muy insegura. Pero si hay otra ofensiva en Aburoc, no tendrán más remedio que volver a caminar, sin comida, sin agua y bajo el sol abrasador. No tendrán asistencia médica en el camino. Y este sería el tercer o cuarto desplazamiento que tienen que afrontar en un solo año.
 
Dejar un lugar como Aburoc es devastador. Muchos de los que atendimos solo han conocido la guerra y el desplazamiento durante toda su vida. Son personas extraordinariamente fuertes. Nunca podré protegerlos de la forma en la que ellos lo hicieron. Sufren desplazamiento, violaciones,  caen enfermos. En Europa, donde tenemos la capacidad de tratar enfermedades comunes, ni lo tomamos en consideración, pero aquí la gente muere por enfermedades simples y tratables. Con todo lo que están sufriendo ahora de nuevo: la temporada de lluvias, el conflicto, la malaria, me siento mal por partir. Uno de los jefes de la aldea solía decirme al principio, durante las visitas relámpago: “Por favor, no nos olviden. No nos dejen atrás”.
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